En el monte do Fabeiro, en Carballedo, encontramos un interesante conjunto rupestre compuesto por tres paneles de petroglifos. Dos ellos se hallan a escasos metros uno del otro, mientras que el tercero está a medio kilómetro. El estudio del arte rupestre gallego se ha centrado, desde las primeras investigaciones, en el ámbito de las Rías Baixas, referente imprescindible del noroeste peninsular. Sin embargo, a medida que pasan los años los hallazgos en otras zonas de la comunidad gallega aumentan, como es el caso de la provincia lucense. Los petroglifos de Carballedo presentan grandes similitudes con otros cercanos de los municipios de Antas de Ulla, Sober y Pantón. Exhiben variados motivos geométricos, principalmente círculos concéntricos de variado tamaño. También se observan cazoletas y surcos combinados, en ocasiones, con aquellos elementos circulares. La roca de mayor tamaño posee 2,50 metros de largo y se encuentra totalmente cubierta por estos grabados de temática abstracta.
Cronológicamente podemos enmarcarlos entre el período Calcolítico y la Edad de Bronce, momento de mayor apogeo en la práctica de grabados rupestres. Dado que las rocas se encuentran en el límite de dos parroquias, los arqueólogos sugieren que su función es principalmente delimitadora. Sin embargo, otra teoría que cobra fuerza es la señalización de lugares de culto o zonas en las que se realizaban rituales espirituales o de iniciación. Además, los petroglifos han sido justificados en la tradición oral mediante leyendas de mouros, que, junto con las religiosas, son muy abundantes en el folklore gallego. Los mouros son seres del imaginario popular, moradores de los castros y poseedores de mucho oro. Sus tesoros eran escondidos bajo piedras grabadas y huecas, es decir, nuestros petroglifos.